Colgaera

Acabo de llegar de hacer footing y no hay nadie en casa ¡bien!, me dispongo a hacer uno de mis pasatiempos favoritos. Hago unas leves flexiones con las que consigo el efecto placebo de creer que el deporte me va a sentar aún mejor, pongo un CD de Billy Bragg & Wilco y subo el volumen hasta un nivel casi insoportable, de manera que pueda escuchar la música con precisión incluso debajo de la ducha. (Un inciso: jamás he ido a un gimnasio, sitio que siempre he considerado potencialmente peligroso por poder ser objeto de mofa con mi planta de anti-musculitos. Mi manera de hacer deporte es más a lo etíope, es decir, voy corriendo hasta allá y vuelvo.)

Me quito la ropa sudada, me pongo en bolas y es entonces cuando comienza mi ritual de sacar los frasquitos de aseo que cojo de los hoteles de toda España. Gel del Acosta Centro, champú de Hoteles BC, sobrecitos que ponen Touch of Charm, ¿de dónde eran estos? ; preciosas miniaturas de diversos colores y olores. La verdad es que hace un montón de tiempo que no utilizo esos botes mastodónticos que venden en supermercados, tan bastos, con tan poco glamour, ni tampoco esos tan pijos de las farmacias que ponen PH neutro, testado dermatológicamente. ¡Y a mí que me importa! Cambio de marca cada semana, por motivos obvios, y que yo sepa todavía no tengo caspa ni se me ha caído el pelo, y bueno, tampoco huelo mal, o al menos eso creo. Oye, y sin colonias, que siempre me evocaron los odiosos conjuntitos de fiesta de mi infancia. Tú ves, lo de los after shave ya es más discutible –“hueles a viejo con eso”, dice Gema, mi mujer-, lo acepto. Pero como sólo me hace falta afeitarme una vez en semana…..

Hoy me toca el champú del Hotel Monterrey, de Salamanca, lo que me recuerda el buen rato que pasé con unos amigos en la promoción de “Polo Sur”. De todos modos, nada que ver con elucubraciones tipo “objetos-que-recuerdan-una-vida” o “memoria de los días pasados”. Lo mío tiene que ver más con mi manía enfermiza por aprovechar las cosas, con mi colgaera natural.

Sigo en la ducha. Yo no canto, pero sí me embarga una sensación de extraña plenitud mientras mis músculos se relajan y el agua resbala por mi cuerpo retirando los restos de “espuma-de-hotel”. Me seco y, todavía en bolas, quito el disco de Billy Bragg & Wilco y paso a Boyz II Men. Y, ahora sí, subo las escaleras de mi casa para vestirme, contoneándome al son de la música, creyéndome todo un seductor.

 

(Definitivamente, los músicos no merecemos ningún respeto. Nos pasamos el día fornicando, tomando drogas y haciendo gilipolleces.)