De como el Banco de Santander me dejó sin blanca

¿Habéis sufrido alguna vez una depresión? Yo sí. El año pasado sentía como mi autoestima se hundía y atravesé un bajonazo del que he tardado meses en recuperarme. No he querido hablar de esto hasta ahora, en un momento en el que por fin siento más lejano el trauma y el sentimiento de ira que me embargaba, aunque por supuesto que estas cosas dejan huella. Va a ser la primera vez que demande a alguien pero tengo la certeza de que he de hacerlo por justicia. Deseo que nadie más vuelva a sufrir el trago por el que yo he pasado y del que tanto cuesta salir.

Empecemos, tenía cuenta en la oficina del Banco de Santander de la Avenida Palma de Mallorca desde el año 2000. Está al lado del local de Danza Invisible y bueno, era un banco como cualquier otro. El trato con los empleados siempre fue agradable y nunca podía sospechar lo que ocurrió. Ahora copio y pego la carta que envié al Banco de España el año pasado:

«….en el año 2007, después de estar aproximadamente ocho años como cliente del Banco de Santander, un empleado de la entidad me ofreció, en la oficina situada en Av. Palma de Mallorca (Torremolinos, Málaga), la contratación  de la Tarjeta de Crédito “Light”, toda vez que según me manifestó las condiciones eran inmejorables: interés cero, unos mínimos gastos de mantenimiento, y la posibilidad de pagar a final de mes. Una tarjeta que solo se ofrecía a “los buenos clientes” y solo tenía ventajas, según refirió.

Lo cierto es que lo creí a pies juntillas y la utilicé a lo largo de los años sin preocupación alguna.

Hete aquí mi consternación, cuando en marzo de este 2015, una empleada del banco me sugiere la posibilidad de ofrecerme un préstamo personal, a interés bajísimo a lo que yo respondo: “¿Para qué? No necesito en absoluto un préstamo.” En ese momento la empleada me contesta: “Hombre, yo veo que estás pagando muchos intereses con la tarjeta y por eso te lo he ofrecido”. En ese momento es cuando descubro que la Tarjeta Light no era en absoluto tal y como me la habían ofertado y que a partir de la cantidad de 250€ mensuales tenía unos altísimos intereses superiores al 22%.

Tan pronto tengo conocimiento de dicha situación, y profundamente contrariado, solicito inmediatamente que me cancelen la susodicha tarjeta. Momento en el que ante mi consternación, descubro que tengo que pagar 15.000€ de deuda que ni siquiera sabía que existía.

Yo iba recibiendo unas notificaciones mensuales, sí, pero estas van en un lenguaje bancario difícil de entender para alguien no familiarizado con él. Las liquidaciones aparecían mostrando un “saldo disponible” que se iba automáticamente aumentando año tras año unido a un “saldo dispuesto” que también iba creciendo y que yo identificaba, iluso de mí, con la cantidad de dinero global que había gastado a lo largo de los años en la tarjeta. El lenguaje utilizado y la “información” suministrada no podía ser más críptica y ambigua.

Soy persona poco ducha en economía y veía que iba recibiendo liquidaciones mensuales en mi cuenta corriente cercanas a los 600 o 700€ mensuales que yo identificaba como una cantidad correspondiente al uso mensual de la tarjeta (era la cantidad aproximada que gastaba al mes) y en ningún momento podía suponer que ese cobro mensual incluía un altísimo porcentaje de intereses y, lo que es más,  que no se cobraba “todo”, sino que al estar dispuesta la amortización en 450€ el resto de la cantidad mensual iba a pagar a una especie de cuenta de la tarjeta, el “saldo dispuesto”, que iba creciendo junto a su respectivo interés.

 

Ni que decir tiene que me siento profundamente contrariado. Es fácil ver en mi historial bancario que JAMÁS necesité este tipo de producto al tener siempre la cuenta corriente saneada y disponer de una tarjeta de débito. ¿Por qué utilizar la que tenía comisiones altísimas en lugar de la de débito? Nadie quiere pagar intereses por gusto, y menos si estos son abusivos.

Hasta la fecha había pagado aproximadamente 10.000 € por una tarjeta que nunca pedí y mucho menos solicité, junto a otros 14.000 € que he debido abonar para poder liquidar por fin la Tarjeta Light, ya que desde marzo he estado solicitando papeles al banco y veía como los intereses iban incrementándose sin cesar.

Ni que decir tiene que la razón única y exclusiva de que “contratara” en su momento un producto tan desventajoso para quien suscribe fue la absoluta falta de información,  o más bien, la información totalmente errónea y manipulada que recibí, no habiendo hecho otra cosa desde que tuve conocimiento de dicha situación, que intentar darme de baja de semejante producto engañoso.

Obsta decir que no he prestado mínimamente consentimiento informado respecto de las condiciones tan negativas que me fueron impuestas en la referida tarjeta, motivo por el que del Banco de España, y toda vez que quién suscribe carece de medios materiales para poder hacerlo, solicito que inste al Banco Santander para que facilite documentación o grabación en la que se acredite que se me facilita toda la información al respecto y yo la consiento de forma consciente y expresa, a fin de poder emprender las acciones que en derecho pudiera corresponderme, emitiendo de considerarlo preciso el Banco de España informe o dictamen al respecto.»

 

Heavy más que light diría yo, ¿verdad? Ese año pasado no puede irme de vacaciones y tarde unos meses en poder quitarme la deuda. Afortunadamente tuve un año magnífico de conciertos y conseguí salir adelante. Al escrito presentado respondió el Banco de Santander con una larga y educada carta en la que básicamente se me decía «tururú» y eso sí, que la contratación de la tarjeta se hizo de manera «presencial», no existiendo contrato o grabación alguna.

El dictamen del Banco de España ha sido en mi favor. Cuidándose mucho de decir en primer término que su opinión no es «vinculante» en caso de juicio, sí que admite que el Banco de Santander «podría haber vulnerado la normativa de transparencia». Tras esto he decidido por fin hacer lo que creo correcto. Ya no me importa realmente el percance monetario (unos 3 millones de las antiguas pesetas), afortunadamente las cosas me van bien y soy un privilegiado por haber salido de esta. Pero me pongo en pensar en la cantidad de casos similares que hayan podido afectar a gente con menos posibilidades económicas que yo y considero que la cosa no puede quedar ahí.

Realmente es increíble el trato que he tenido. La gente de la oficina se ha limitado a agachar la cabeza o a decir «yo no estaba aquí cuando ocurrió», y el empleado que me ofertó el producto falleció hace tres o cuatro años (digo yo, si hubo una empleada que me alertó los sucesivos directores de la sucursal debían estar al corriente de lo que ocurría, no?). El director actual de la sucursal directamente no atendió mis llamadas durante un par de semanas hasta que por fin contacté con él y acabé perdiendo los nervios al teléfono. «Nosotros desde aquí no podemos hacer nada». La última carta que me envió el banco con respecto al dictamen del Banco de España era que como bien decían, «su opinión no es vinculante». Por tanto, prepárate a un largo y costoso juicio contra mis mejores abogados.

Pero no me importa. Quiero dedicar el tiempo que haga falta a que se haga justicia. Ojalá pueda sentar un precedente y dar un pasito más en la cruzada contra los abusos bancarios que hemos sufrido en nuestro país. Así que ya saben, mucho cuidado con los del Banco de Santander de Torremolinos. A mí me dejaron sin blanca.