La barra de un bar

En la barra de un bar hemos llorado y amado, teorizado, odiado y zozobrado. Tras la barra de un bar se esconde la vida.

He dejado escrito durante muchos años, en diferentes artículos, lo importantes que son los bares en la vida de muchos malagueños. En la barra de un bar muchos nos hemos reído, hemos llorado o, incluso, nos hemos enamorado. Apoyados en la barra de un bar, hemos bebido esa cerveza amarga o gloriosa que nos catapultó hasta la madrugada como un hombre bala, convirtiéndonos en cuerpos danzarines que coqueteaban con el relente y con todo lo que se pusiera por delante. En la barra de un bar, he escuchado confesiones y hasta oraciones, me han contado historias que me hicieron reír a mandíbula batiente o que, directamente, enviaron mi alma a zozobrar al mar de las dudas interiores; en la barra de un bar he brindado con muchos amigos y también con algún que otro enemigo; he hablado de literatura y del último libro de tal o cual escritor que no estaba a la altura de todo lo que había escrito anteriormente; en la barra de un bar hemos arreglado muchas noches mis amigos y yo el periodismo patrio, y la política, y apostado tras ella fui testigo de las mayores canalladas y vilezas, y también de momentos tiernos e insuperables, en los que la amistad se presenta ante ti con su verdadero rostro y te llama para que bailes junto a ella una eterna canción que parece compuesta por Javier Ojeda. En la barra de un bar me acordé de gente que hacía años que no veía, celebré el nacimiento de mis sobrinos y las victorias y derrotas de mis amigos; teoricé sobre fútbol y sobre la eterna mala suerte de España en los cuartos, salvo el paréntesis glorioso de Iniesta y los suyos; en la barra de un bar charlé de amores perdidos y de aquellos que habrían de venir, de esperanza y de futuras piruetas laborales, charlé de articulismo con Loma y de postureo con Virginia. Hasta en una ocasión, escuché a uno de los grandes escritores españoles recitar un poema escrito para sustituir la letra de una canción; vi abrazos y puñaladas por la espalda, me dejé seducir y seduje, mientras el trasiego de cervezas volvía inmortales tantas de esas madrugadas. En la barra de un bar Puche y yo nos hicimos amigos bajo la atenta y amorosa mirada de Carmen, en la barra de un bar conocí a Báez y Jes, en la barra de un bar hablé con La Matro sobre la volatilidad del amor, en la barra de un bar, bajo la atenta mirada de un camarero cómplice, adoré la noche como culmen de una vida anodina, aunque ahora las madrugadas pasadas se desdibujan poco a poco y dejan paso a la rotundidad de los días, en los que las barras de los bares son distintas, alejadas de lo etéreo y de las contradicciones, pero igualmente nutritivas para los miles de almas que se arraciman en torno a ellas buscando el calor de la oscuridad y la complicidad crápula de sus congéneres. En la barra de un bar escuché las mejores canciones y entoné las grandes melodías, en la barra de un bar Nacho siempre estaba a la derecha y brindamos al calor de la promesa de besos trémulos; al calor de la barra de un bar me hice hombre y también niño, santifiqué y me crucificaron, falté el respeto y me lo faltaron, ideé planes imposibles que luego el día se encargó de deshacer con su despreocupada indecencia; al calor de la barra de un bar fui más humano y más indecente, me llamaron y yo llamé, mandé mensajes que nunca hubiera debido enviar y recibí alguno que jamás debería haber recibido; al calor de la barra de un bar imaginé un verano eterno y lecturas futuras, me hice promesas de éxito y constaté con dureza los arcanos del fracaso, vi vidas derrumbarse por el precipicio del alcohol y el tabaco y a otras que se rehicieron gracias también a eso; al calor de la barra de un bar alguien me recomendó que leyera a Juan Tallón, y leyéndolo supe que un camarero es más importante que un psicólogo, porque los segundos te ayudan a sanar heridas pero los primeros, al ponerte un cubata, abren ante ti todo un mar de preguntas retóricas e introspección. Muchas de esas cosas las hice apostado en la barra del Trovador y el camarero, muchas veces, fue Jose. En breve, esa barra y ese bar serán sólo un recuerdo, aunque siempre habrá una barra amiga para acoger a almas descarriadas.

(José Antonio Sau).